20130419




Entonces los decapitados subieron al décimo piso y saltaron. Olía a rosas por todos lados. La mezcla de sus sangres era el mejor perfume creado. De pronto se prendió una luz en aquella habitación. Había una ampolleta colgada de un cable que se movía de un lado a otro. Claudio no podía dejar de mirarla. Sus ojos vacilaban al igual que dicha ampolleta, hasta que de pronto, logró crearlas. Comenzaron a salir gotas de luz, las cuales caían una tras otra por culpa de la gravedad. Cuando se estrellaban con el piso lo iban pintando blanco y emitían distintos sonidos hasta que todas en su conjunto conformaban una melodía. Claudio no podía entender lo que pasaba frente a sus ojos y su fascinación por la creación se hizo inmensa. El ritmo de las gotas de luz cada vez era más acelerado y la melodía se hacía más abrupta. Los colores dejaban de existir y el blanco se comía el lugar, pero Claudio no pensaba en otra cosa que en las gotas de luz. Fue recién cuando su cuerpo se tiñó de blanco que empezó a temer, pero ya para ese entonces era demasiado tarde, pues había desaparecido.

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